sábado, 8 de noviembre de 2025

 

LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: MEMORIA, DOLOR Y REDENCIÓN EN CEHEGÍN (I)

I. Un eco antiguo en el corazón del pueblo

En el silencio de las tardes de Cuaresma, cuando el aire del casco antiguo de Cehegín se impregna del incienso y del repique de campanas, resuena todavía la oración de las Cinco Llagas: esa plegaria antigua que el pueblo ha repetido generación tras generación, entre la penumbra de la ermita de la Purísima Concepción y los callejones que la rodean. No es solo una práctica piadosa: es un hilo invisible que une los siglos, una voz heredada que todavía late en los labios de los cehegineros cuando pronuncian: “Jesús mío crucificado, adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestro pie izquierdo…”






El Ejercicio de las Cinco Llagas tiene sus raíces en la espiritualidad franciscana del siglo XVII, nacida de una sensibilidad profunda hacia la Pasión de Cristo. En aquellos siglos barrocos, de fe ardiente y de teatralidad sagrada, las llagas del Redentor se contemplaban no solo como heridas del cuerpo, sino como ventanas del alma divina: cada una de ellas hablaba del amor redentor, del sacrificio perfecto, de la ternura infinita de Dios hecho hombre.

II. Cehegín, tierra de devoción nazarena

En Cehegín, esa tradición encontró su morada natural. El corazón del pueblo, empedrado y antiguo, con sus casas de piedra y balcones de forja, fue escenario de una religiosidad viva, de una piedad que no se lee en los libros, sino que se vive.
En la ermita de la Purísima Concepción, en lo alto del barrio viejo, nació y creció la devoción a Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Cristo morado que camina entre sus hijos cada Viernes Santo, portando en su mirada la misericordia y la compasión. Allí, bajo las bóvedas humildes y las luces temblorosas de los cirios, los Moraos —como se conoce a sus cofrades— aprendieron a rezar, a cantar y a llorar ante el Señor de las caídas.

Es allí donde el Ejercicio de las Cinco Llagas cobra su más profundo sentido. No se trata solo de recordar el sufrimiento físico del Crucificado, sino de acompañarlo espiritualmente, paso a paso, en cada llaga, en cada herida. Los cofrades lo hacen con recogimiento, sintiendo que el Cristo de la Concepción —ese rostro sereno, de nobleza barroca y mirada humana— revive en sus corazones el misterio del amor que se entrega hasta la sangre.

III. La oración que camina por las calles empedradas

Cada llaga es una estación interior:

  • El pie izquierdo, que nos enseña a huir del mal.

  • El pie derecho, que nos invita a seguir la senda de las virtudes.

  • La mano izquierda, que nos libra del error y de la condena.

  • La mano derecha, que bendice y guía hacia el Reino.

  • El costado, puerta abierta del cielo, donde se refugia el alma creyente.

Al rezarlas, los cehegineros recorren espiritualmente un vía crucis íntimo, una peregrinación que tiene tanto de oración como de identidad. Porque cada palabra, cada canto de las Llagas —tan sencilla y tan cargada de emoción popular— es también una memoria compartida: los ecos de las voces de los antiguos cofrades, los rezos de las abuelas en los bancos de madera, el murmullo de los niños que aprenden los cantos en la víspera del Viernes Santo.



El pueblo se reconoce en esas palabras, igual que se reconoce en los azulejos antiguos, en el sonido de las campanas o en el paso solemne del Nazareno al amanecer. Es una liturgia del alma ceheginera, que no solo reza, sino que se convierte en parte del rezo.

IV. Los Moraos: custodios del dolor redentor

La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “los Moraos”, ha sido durante siglos guardiana de esta tradición. Su misión no es únicamente organizar la procesión ni custodiar la imagen; es mantener viva la llama espiritual que arde en las Cinco Llagas.
En sus reuniones, en sus ensayos, en los preparativos de la Semana Santa, late un mismo espíritu: el de aquellos que no solo veneran una imagen, sino que viven su mensaje. El color morado de su túnica no es solo un símbolo de penitencia: es la expresión visible de un compromiso interior, de una fe que se hace camino, herida y esperanza.

La ermita de la Purísima Concepción, su sede, es un santuario del alma nazarena ceheginera. Entre sus muros, cubiertos de historia, resuenan los ecos de oraciones antiguas, de Misereres cantados al filo de la madrugada, de promesas hechas entre lágrimas. Allí, bajo la mirada de Jesús Nazareno, las Cinco Llagas se convierten en puentes entre la tierra y el cielo, entre la historia y la fe, entre la herida humana y la misericordia divina.

V. Una devoción que trasciende el tiempo

Hoy, cuando los ritmos del mundo parecen alejar al hombre del misterio, la devoción a las Llagas sigue viva en Cehegín como un testimonio silencioso de lo eterno.

Cada palabra del “Jesús mío crucificado…” es un suspiro que atraviesa los siglos, una plegaria que no se ha apagado ni con las mudanzas del tiempo ni con las modas pasajeras. Es el mismo latido de los que, hace siglos, levantaron la imagen del Nazareno, la misma fe que empuja a los Moraos a salir cada año, entre el olor a cera y el rumor de los pasos, a llevar por las calles estrechas de su pueblo la imagen viva del Redentor llagado.

Las Cinco Llagas de Nuestro Padre Jesús Nazareno no son, pues, una simple devoción antigua, sino un acto de amor perpetuo. Son el espejo donde Cehegín se contempla y reconoce: un pueblo herido y creyente, que encuentra en las heridas de su Señor el consuelo y la esperanza.