LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: El drama litúrgico de las llagas de Jesús Nazareno: entre la carne herida y la contemplación redentora (II)
El drama litúrgico de las llagas de Jesús Nazareno es una representación devocional profundamente simbólica y emocional, que condensa en la imagen del cuerpo doliente de Cristo una teología del sufrimiento, del amor redentor y de la esperanza escatológica. Más que una mera dramatización, se trata de una experiencia religiosa en la que el cuerpo herido del Nazareno se convierte en el texto vivo de la salvación. En sus cinco llagas —manos, pies y costado— se inscribe no solo el relato de la Pasión, sino la pedagogía mística del amor divino llevado hasta el extremo.
Una liturgia del dolor ofrecido
Este drama, que puede representarse tanto en sermones meditados como en procesiones y altares efímeros, nace del deseo de encarnar el misterio pascual en formas accesibles y profundamente conmovedoras. Las llagas, que en los evangelios aparecen como señales de autenticidad en el cuerpo glorioso de Cristo resucitado (cf. Jn 20,27), son aquí signos abiertos, sangrantes, de una humanidad lacerada por el pecado pero abrazada por la misericordia. El cuerpo del Nazareno, cubierto de heridas, se convierte en altar, libro y espejo: altar donde se ofrece el sacrificio, libro que narra el amor divino, espejo en el que el creyente ve reflejada su propia necesidad de redención.
Un drama encarnado en la imagen
En la imaginería barroca hispánica, este drama se hizo carne, literalmente, en esculturas como las de Jesús Nazareno, en las que el realismo de las llagas —ejecutadas con una crudeza a veces insoportable— no busca tanto la morbosidad como el estremecimiento espiritual. La sangre, las heridas, los ojos enrojecidos, las gotas que resbalan por la frente, no son decorado sino teología visible. En algunas tradiciones, el número y disposición de las llagas adquirieron incluso una función catequética: cinco, siete o más, evocando no solo los dolores físicos sino también los morales y espirituales, como la traición, la soledad o el abandono.
Un camino hacia la compasión
El drama de las llagas no se queda en la contemplación pasiva. El objetivo es provocar una respuesta: compasión, conversión, seguimiento. “Mira mis llagas”, dice el Cristo Nazareno al alma orante, como en tantos ejercicios espirituales o sermones cuaresmales. Esa mirada es el primer paso hacia una espiritualidad de la empatía. Quien contempla las llagas de Cristo desde el corazón, aprende a mirar también las llagas del mundo —los pobres, los excluidos, los enfermos— con los mismos ojos de compasión.
Una herencia viva
Aun hoy, en muchas comunidades, el drama litúrgico de las llagas se reactualiza durante la Semana Santa en formas diversas: desde la meditación del Vía Crucis hasta la procesión del Nazareno que avanza entre cirios y saetas, pasando por oraciones tradicionales como las Cinco Llagas o los Gozos del Nazareno. En cada una de estas formas, late el mismo deseo ancestral: tocar lo invisible a través de lo visible, atravesar el dolor para alcanzar la esperanza. Las llagas no son el final del relato, sino el umbral de la gloria.
