Obras son amores…
La bandeja y la corona de la Virgen de las Maravillas**
“Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.”
(Evangelio según San Mateo 6, 21)
Hay objetos que no se comprenden solo por lo que son, sino por lo
que significan.
Cuando en 1925, en aquel radiante 10 de septiembre, la imagen fue coronada solemnemente, la corona reposó sobre esa bandeja como un sol que espera el amanecer. Las manos que la sostuvieron —probablemente sacerdotes y devotos del pueblo— no eran conscientes de estar tocando una historia que seguiría viva un siglo después. Cada relieve, cada filigrana cincelada por el platero B. López, parecía contener una plegaria callada: la fe hecha forma, el amor convertido en obra.
Cien años después, cuando la corona volvió a descansar sobre esa misma bandeja durante la conmemoración de la Coronación Pontificia, Cehegín revivió un gesto antiguo: el del amor que no se gasta, el del pueblo que recuerda y honra su propia historia a través de las obras que creó para su Virgen. En ese instante, el tiempo se plegó sobre sí mismo: la bandeja ya no era un objeto, sino un espejo donde el ayer y el hoy se reflejaban mutuamente.
Cada golpe de cincel, cada curva del metal, cada reflejo sobre su superficie es un acto de fe, un “te quiero” convertido en oficio, un “gracias” de plata. El platero que la labró —B. López— probablemente no supo que su trabajo sería tocado por generaciones, que su arte se haría oración en cada procesión y que, un siglo más tarde, volvería a servir a la misma Reina. Pero eso es precisamente lo que hacen las obras que nacen del amor: perduran, sin saberlo, más allá de quienes las hicieron.
La corona, por su parte, no es solo una joya: es una metáfora del alma del pueblo. Los rayos, las estrellas, las flores que la decoran son los nombres de quienes ofrecieron su oro, su trabajo, sus oraciones. Cada piedra encierra una historia, cada destello una promesa. Y cuando se posa sobre las sienes de la Virgen, no solo la honra a Ella, sino que restituye la dignidad del amor colectivo que la engendró.
Así, la bandeja de la Coronación se convierte en un altar pequeño y portátil, donde se condensa la historia de una comunidad. Y la corona, en la respuesta luminosa que el cielo devuelve al pueblo agradecido. Juntas forman un diálogo de metales sagrados, una liturgia silenciosa que atraviesa el tiempo.
Hoy, cuando el reflejo de esa plata antigua vuelve a proyectarse sobre las bóvedas de Santa María Magdalena, Cehegín puede reconocerse en él. Porque cada época deja su huella en la materia que ama. Y esa materia —la plata, el oro, el arte— se vuelve memoria viva de lo que fuimos, de lo que seguimos siendo: un pueblo que cree, que ama y que transforma su fe en belleza.
Notas finales y referencias
A la Parroquia de Santa María Magdalena de Cehegín y a cuantos, con fe y memoria, conservan el resplandor de su Virgen coronada.
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