Cuando la Navidad se hizo canto en Santa María Magdalena
Música, infancia y luz compartida en la tarde de Navidad en Cehegín
La tarde de Navidad caía fría sobre Cehegín. El aire cortante y la fría lluvia recorrían las calles del casco antiguo y obligaba a abrigarse bien antes de salir de casa. Sin embargo, al cruzar el umbral de la iglesia de Santa María Magdalena, algo cambiaba. El frío quedaba atrás y, casi sin darse cuenta, el visitante se veía envuelto por un ambiente cálido, acogedor y profundamente navideño. No solo por la temperatura del templo, sino por una atmósfera invisible hecha de expectación, recogimiento y emoción compartida.
En esa tarde tan señalada, la iglesia se transformó verdaderamente en pesebre, en abrazo y en canto, tal y como anunciaban las palabras iniciales del concierto. No se trataba únicamente de escuchar música, sino de vivir la Navidad desde dentro, de dejarse tocar por la ternura del misterio que se celebra cada 25 de diciembre: Dios que se hace pequeño, cercano y frágil, para habitar entre los hombres.
Un templo vivo: el Belén, los niños y el ir y
venir de la Navidad
Mientras el concierto se preparaba, la iglesia era ya un espacio lleno de vida. El Belén de la Magdalena, tan querido y visitado, se convirtió en punto de encuentro constante. El ir y venir de niñas y niños —de la mano de padres, abuelos o familiares— marcaba el pulso de la tarde. Sus miradas curiosas se detenían en cada detalle del nacimiento, sus pasos apresurados rompían el silencio con naturalidad, recordando que la Navidad es, ante todo, vida que se mueve, que pregunta y que se asombra.
Fueron muchas las personas que esa tarde se acercaron a visitar el Belén y a participar del concierto. Vecinos, familias, mayores y jóvenes compartían banco y mirada, creando un clima de comunidad serena y cercana. Todo parecía confluir en un mismo sentimiento: el deseo de detener el tiempo, aunque solo fuera un instante, para celebrar juntos lo esencial.
Un diálogo entre generaciones: voces que se heredan
Uno de los momentos más hermosos y significativos del concierto fue, sin duda, la unión de voces. Las de la Coral Enclave, el coro del Instituto Alquipir y las de niñas y niños que participaron con ilusión y verdad se entrelazaron en un auténtico diálogo entre generaciones. Allí se hizo visible el sentido más profundo de la Navidad: la música que se transmite, que no se guarda ni se encierra, sino que se comparte y se proyecta hacia el futuro.
Las voces blancas, claras y luminosas, se elevaron hacia las bóvedas del templo, encumbrándose con una pureza que conmovió al público. No eran solo notas afinadas; eran emociones sinceras, miradas atentas, nervios contenidos y una alegría que vibraba en cada acorde. Adultos y niños cantaban juntos, recordando que la Navidad se construye en comunidad y que la esperanza se aprende desde pequeños.
El acompañamiento instrumental fue otro de los grandes pilares del concierto. La interpretación de Claudia Fernández Párraga al piano, Manuel De Gea Espín al violonchelo, Miriam Ruiz Ruiz al violín y Manuel Giménez de Bejar a la guitarra permitió ahondar aún más en el espíritu navideño. Sus interpretaciones no se limitaron a acompañar las voces, sino que dialogaron con ellas, creando paisajes sonoros llenos de matices, recogimiento y emoción.
El piano aportó profundidad y sostén; el violonchelo, calidez y hondura; el violín, luz y delicadeza; y la guitarra, cercanía y sencillez. Juntos construyeron un lenguaje musical que invitaba al silencio interior, a la contemplación y al agradecimiento, envolviendo cada obra en un clima de auténtica oración cantada.
La Coral Enclave: cuando el canto convoca y da calor
En una tarde lluviosa y fría como la del día de Navidad, no basta con abrir las puertas de una iglesia para reunir a las personas. Hace falta algo más profundo: una llamada que convoque almas, una voz colectiva capaz de atraer, abrazar y dar calor. Ese papel lo desempeñó, una vez más, la Coral Enclave.
La Coral Enclave no es solo un conjunto de voces afinadas; es una comunidad que sabe reunir en torno al canto, crear espacios de encuentro y transformar el frío exterior en cercanía compartida. A pesar de la lluvia persistente y de las bajas temperaturas, la iglesia de Santa María Magdalena se llenó, demostrando que cuando la música nace de la verdad y del compromiso, encuentra siempre su camino hasta el corazón de la gente.
Las voces de la Coral Enclave actuaron como un hogar sonoro, envolviendo al público en una sensación de recogimiento y pertenencia. Cada acorde parecía decir “estás en casa”, cada frase musical tendía un puente entre quienes cantaban y quienes escuchaban. En ese clima, la Navidad dejó de ser una fecha para convertirse en una experiencia vivida, sentida y compartida.
Además, la Coral Enclave supo ejercer su papel de mediadora entre generaciones, acogiendo y sosteniendo las voces jóvenes, animándolas y elevándolas sin eclipsarlas. Desde esa generosidad musical y humana, el canto se convirtió en transmisión, en herencia viva que pasa de unas manos a otras, de unas gargantas a otras, asegurando que la llama de la música coral siga encendida.
En aquella tarde fría y lluviosa, la Coral Enclave demostró que el canto también puede ser refugio, que la música tiene la capacidad de reunir, de consolar y de encender luces pequeñas pero firmes. Y así, entre notas, silencios y aplausos, la Navidad encontró su calor más verdadero: el que nace cuando las personas se reúnen para cantar juntas.
Las obras: estampas sonoras del Belén
El repertorio interpretado fue tan diverso como coherente, uniendo épocas y estilos distintos bajo un mismo hilo conductor: la Navidad como misterio de amor y humildad.
Niño Dios d’amor herido abrió el programa mirando al Niño desde la ternura y el asombro. Un amor frágil, no triunfal, que ya desde el pesebre se ofrece para sanar al mundo.
Lully, lulla, antigua nana, fue un susurro delicado en la noche santa, una melodía que parecía mecer no solo al Niño, sino también el corazón de quienes escuchaban.
Música y Navidad: un mismo lenguaje
Todas estas obras, tan distintas entre sí, compartían un mismo fondo: la Navidad como experiencia viva. Cada una fue una estampa del Belén, una forma distinta de acercarse al misterio desde el silencio, la alegría, la ternura o la esperanza. La música se convirtió así en lenguaje universal, capaz de decir lo que a veces las palabras no alcanzan.
Epílogo: una iglesia impregnada de luz
Cuando el concierto llegó a su fin, la iglesia de Santa María Magdalena quedó impregnada de algo difícil de explicar, pero fácil de sentir. Un ambiente confortable y cálido, nacido de la música, de las voces compartidas y de la emoción sincera. Afuera seguía haciendo frío, pero dentro permanecía encendida una luz distinta: la de la Navidad vivida en comunidad.
Fue una tarde para recordar, para agradecer y para guardar en la memoria. Una tarde en la que la música fue luz en el camino, consuelo en el alma y alegría en el corazón. Una tarde en la que Cehegín cantó la Navidad… y la Navidad respondió.
Muy buenas tardes y feliz Navidad.
(Introducción al concierto)
En esta tarde de Navidad, cuando aún resuena el eco del anuncio de los ángeles y la luz del Niño recién nacido ilumina nuestros hogares, esta iglesia de Santa María Magdalena se convierte en pesebre, en abrazo y en canto. Nos reunimos no solo para escuchar música, sino para compartir un momento de esperanza, de ternura y de paz, en uno de los días más hondos y luminosos del año.
Las obras que esta tarde vamos a interpretar son distintas entre sí, nacidas en épocas y lugares diversos, pero todas se inclinan ante el mismo misterio: Dios que se hace pequeño, la luz que vence a la oscuridad, la humildad que transforma el mundo. Cada canto es una estampa del Belén: el silencio de la noche, la voz de los pastores, la dulzura de una madre, la alegría que desborda y se hace villancico.
Este concierto es también un diálogo entre generaciones. Hoy, las voces de la Coral Enclave se unen a las del coro del Instituto Alquipir y a las de niñas y niños que cantan con ilusión y verdad. En ese encuentro se hace visible el sentido más profundo de la Navidad: la música que se hereda, que se aprende, que se comparte y que mira al futuro con esperanza. Porque la Navidad no se guarda, se transmite; no se encierra, se canta juntos.
Comenzamos mirando al Niño Dios desde la ternura y desde el misterio. Este canto nos recuerda que el amor que nace en Belén no es un amor triunfal, sino frágil y entregado, un amor que se deja herir para sanar al mundo. En la sencillez del pesebre ya late toda la grandeza de la Navidad.
Lully, lulla
Esta antigua nana es un susurro en la noche santa. Una madre meciendo el sueño del Niño, una melodía que parece detener el tiempo. En su dulzura hay silencio, protección y consuelo, como si el mundo entero guardara respeto ante el descanso de Dios hecho niño.
Et in Terra pax
“Y en la tierra paz”. Con estas palabras, los ángeles anuncian la promesa más deseada por la humanidad. Esta obra eleva ese anuncio hasta convertirlo en oración: que la paz no sea solo un canto, sino una verdad que habite en los corazones y se extienda más allá de estas paredes.
Immanuel
Immanuel significa “Dios con nosotros”. Este canto proclama la cercanía de un Dios que no se queda lejos, sino que camina, sufre y se alegra con su pueblo. En Navidad celebramos precisamente eso: que nunca estamos solos, que la luz nos acompaña incluso en la noche.
Halleluia
El “Halleluia” es un grito de júbilo, una alegría que no puede callarse. En Navidad, la alabanza brota espontánea ante el milagro de la vida que renace. Esta obra nos invita a unir nuestra voz —adultos y niños— al canto eterno de la esperanza y la gratitud.
Carol of the Bells
El sonido de las campanas anuncia la gran noticia: algo nuevo ha sucedido en el mundo. Esta pieza evoca movimiento, luz y expectación, como un pueblo que despierta para celebrar. Es la alegría que recorre las calles, los hogares y los corazones en la noche de Navidad.
Love Shine a Light
Este canto nos recuerda que la Navidad es, ante todo, un compromiso con la luz. Una luz que no deslumbra, pero que guía; que no impone, pero transforma. Que el amor brille, especialmente a través de las voces jóvenes, y nos haga portadores de esperanza.
Popurrí
Cerramos con un canto compartido, una suma de melodías que forman un solo corazón. El popurrí es celebración, memoria y sonrisa, como la Navidad vivida en comunidad. Voces distintas, edades distintas, unidas para recordar que la alegría crece cuando se comparte.
Que estas melodías nos ayuden a detenernos, a mirar con ojos nuevos lo que de verdad importa, a reconciliarnos con la sencillez y a dejarnos tocar por la emoción de lo pequeño. Que cada nota sea un susurro de paz, un gesto de amor y una oración cantada.
Gracias por acompañarnos en esta tarde tan especial. Que la música que ahora comienza sea luz en el camino, consuelo en el alma y alegría en el corazón.
Feliz y santa Navidad.
.jpeg)



No hay comentarios:
Publicar un comentario