LAS LLAGAS DE JESÚS NAZARENO:
ORIGEN Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE UNA DEVOCIÓN
Disertación inaugural para la serie sobre la
Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cehegín
I. Introducción
En el corazón espiritual de Cehegín, donde la fe
se enraíza en piedra y tradición, la imagen de Nuestro Padre
Jesús Nazareno —venerada en la iglesia de la Purísima
Concepción— guarda en su cuerpo las marcas del misterio más hondo
del cristianismo: las Llagas del Redentor.
Estas
heridas, esculpidas en madera y devoción, condensan siglos de
teología, mística, arte y piedad popular. Su contemplación abre un
cauce que une la Jerusalén del Gólgota con los templos barrocos del
sur de España, y con el corazón humilde de quienes, generación
tras generación, han visto en el Nazareno de Cehegín el rostro
sufriente del Amor.
Esta disertación, que abre la serie de estudios
sobre la historia de su Cofradía, pretende ofrecer una visión
amplia y multidisciplinar sobre el origen y la evolución del culto a
las Llagas de Cristo, y su encarnación particular en la devoción
ceheginera al Nazareno.
II. Fundamento bíblico y teológico: las
llagas como signo redentor
El fundamento de esta devoción hunde sus raíces en
la Sagrada Escritura. Los Evangelios narran la
crucifixión de Cristo: sus manos y pies traspasados, y su costado
herido por la lanza (Jn 19,34). Pero el episodio clave llega con la
aparición a Tomás: “Mete aquí tu dedo y mira mis manos… y
no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27).
Cristo resucitado conserva sus llagas, no como signo
de derrota, sino como huellas gloriosas del amor redentor.
En ellas el creyente reconoce la identidad misma del Salvador.
Los Padres de la Iglesia
interpretaron las heridas como cumplimiento de las profecías de
Isaías: “Por sus llagas hemos sido curados” (Is 53,5).
San Ireneo y San Agustín subrayan su valor salvífico: las llagas
son los “canales de la gracia”, las puertas por donde el amor de
Dios entra en el mundo111.
Desde entonces, la teología cristiana
contemplará en las heridas de Cristo una paradoja: el dolor que
salva, la sangre que purifica, la carne rota que redime.
III. La mística medieval:
interiorización de las Cinco Llagas
En la Edad Media (siglos XI–XIV) surge una nueva
forma de espiritualidad más afectiva y personal,
conocida como devotio medievalis. Las Llagas de Cristo se
transforman en objeto de contemplación interior, de meditación
amorosa y participación espiritual en el sufrimiento del Redentor.
El gran impulsor de esta sensibilidad es San
Francisco de Asís, quien en 1224 recibe los estigmas
en el monte de La Verna. Su cuerpo, marcado por las mismas heridas
que Cristo, simboliza la unión mística entre el creyente y el
Crucificado. A partir de él se difunde el culto a las Cinco
Llagas: manos, pies y costado.
En paralelo, místicas como Santa Gertrudis
la Magna y Santa Brígida de Suecia
profundizan en la meditación de cada llaga, atribuyéndoles virtudes
espirituales específicas. Las revelaciones privadas multiplican el
número simbólico de las heridas —a veces cinco, a veces miles—,
pero todas convergen en un mismo fin: interiorizar el amor
sufriente de Cristo como fuente de conversión222.
IV. El Barroco: exaltación visual y
emocional
El siglo XVII —siglo de la
espiritualidad y del arte contrarreformista— fue la gran época de
expansión del culto a las Llagas. Tras el Concilio de Trento
(1545–1563), la Iglesia Católica alentó la devoción a la
humanidad doliente de Cristo como camino de identificación con su
Pasión.
En este contexto nace el esplendor del arte
procesional y la imaginería penitencial. Los escultores barrocos, de
Gregorio Fernández a Pedro de Mena,
de Juan de Mesa a Nicola Fumo,
dieron forma plástica a la teología del sufrimiento redentor.
Sus
Cristos, Nazarenos y Ecce Homos mostraron con sobrecogedora veracidad
la sangre, las lágrimas y las llagas del Hijo de Dios, convirtiendo
el dolor en catequesis visual del amor333.
Fue también el tiempo en que se popularizaron los
devocionarios, letanías y rosarios de las Cinco Llagas,
así como las cofradías dedicadas a Jesús Nazareno. En la liturgia
y en la religiosidad popular, cada herida se convirtió en símbolo
de una virtud: la paciencia, la obediencia, la misericordia, la
fidelidad y el amor.
V. El Nazareno de Cehegín: una presencia
barroca viva
En este horizonte teológico y artístico debe
situarse la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de
Cehegín, venerada desde antiguo en la iglesia de la
Purísima Concepción.
Su anatomía, su gesto contenido y su
semblante sereno pero lacerado responden al canon de la imaginería
barroca española: el Cristo sufriente que camina hacia el
Calvario, portando en sí las llagas del mundo.
Desde lo alto del casco antiguo, el Nazareno de la
Concepción domina el paisaje espiritual de Cehegín. Sus llagas —las
manos que bendicen, los pies que avanzan, el hombro herido por la
cruz, el costado oculto— no son solo signos escultóricos, sino
símbolos vivos de la fe del pueblo.
Durante
siglos, sus cofrades y devotos han depositado en ellas oraciones,
promesas y lágrimas, perpetuando una tradición que une arte y
mística, barroco y esperanza, Cehegín y Jerusalén.
VI. Época moderna y contemporánea: de
la compasión a la esperanza
Con el paso del tiempo, la interpretación de las
llagas se transformó. A partir del siglo XIX, el acento pasó del
dolor a la solidaridad compasiva.
Los teólogos contemporáneos, como Karl
Rahner o Hans Urs von Balthasar,
reinterpretaron las heridas del Resucitado como huellas
eternas del Amor, signos visibles del Dios que no olvida el
sufrimiento humano444.
En la devoción popular, esta sensibilidad se
mantuvo viva: las procesiones, promesas y novenas al Nazareno llagado
siguieron siendo cauces de fe.
Cada Semana Santa, cuando la imagen ceheginera
desciende de la Concepción hacia el corazón del pueblo, las calles
se transforman en una prolongación de aquel camino al Gólgota,
donde las llagas se vuelven memoria del Amor que redime y
acompaña.
VII. Conclusión: las llagas como
presencia viva
Hoy, las llagas de Jesús Nazareno siguen
interpelando a la humanidad.
En el altar, en la procesión, en el
silencio de la oración, ellas son la geografía del amor de
Dios.
Las manos y pies traspasados, el costado abierto,
son heridas que ya no sangran, sino que irradian
misericordia.
Desde lo alto del casco viejo, el Nazareno
de Cehegín continúa bendiciendo con sus llagas a su pueblo,
recordándole que el dolor, cuando se ofrece, se convierte en
salvación y en ternura.
Así lo resume el Papa Francisco:
“Las llagas de Cristo están hoy en los que sufren. Si
queremos encontrar a Dios, busquémoslo allí: en sus llagas
actuales.”
El estudio de esta devoción, en su historia, arte y
espiritualidad, abre el camino para comprender mejor la identidad
profunda de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de
Cehegín: una hermandad que no solo custodia una imagen,
sino un legado teológico y humano que une los siglos y las almas.
Notas
111 San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 85, 1–2.
222
Santa Brígida de Suecia, Revelationes, Lib. VII; Santa
Gertrudis, Legatus divinae pietatis.
333 Gállego, J.
(1990). La imagen barroca. Madrid: Alianza Editorial.
444
Rahner, K. (1978). Teología de las heridas del Resucitado.
Barcelona: Herder.
Bibliografía
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San Buenaventura. (2003). Meditación sobre la Pasión.
Ciudad Nueva.
Cehegín,
en la altura donde el Nazareno guarda las llagas del mundo.