domingo, 14 de diciembre de 2025

 

Reflejos

De lo que fue Cehegín, en el ahora...

 Gentes y lugares

Una mirada al alma de Cehegín

Hay pueblos cuya esencia no se mide en calles ni en piedras, sino en la huella silenciosa que deja su gente al pasar. Cehegín es uno de ellos. Su casco antiguo, extendido entre cuestas, plazas y miradores, respira una memoria que no pertenece solo al pasado, sino que continúa viviendo en cada gesto cotidiano, en cada portón abierto al amanecer, en cada sombra que cruza la calle Mayor cuando baja la tarde.

Plaza del Castillo



Reflejos nace de esa certeza: la de que el tiempo no se pierde, sino que se transforma, de que un pueblo no se entiende sin su gente, y que su gente no puede entenderse sin los lugares que les dieron forma.Los lugares que recorremos hoy —el Casino, la Estafeta, la Plaza del Castillo, las callejuelas que suben hacia la Magdalena— han sido escenario de cientos de vidas, risas, silencios, despedidas y regresos. Y en cada uno de ellos permanece algo de quienes los habitaron. Sus pasos resuenan todavía, como un murmullo suave que acompaña al caminante atento.

Este proyecto no es solo un ejercicio fotográfico ni un juego comparativo entre ayer y hoy: es un gesto de respeto. Es una invitación a mirar con nuevos ojos aquello que siempre estuvo ahí. Es volver a contemplar los dinteles gastados, los balcones cargados de macetas, los azulejos que han visto pasar generaciones, y comprender que detrás de cada imagen antigua hay una historia de vida; detrás de cada fotografía actual, una continuidad que se mantiene.

Casino de Cehegín, en primer plano
mi abuelo 
Manuel Ruiz Pérez



A través de una mirada volvemos nuestros ojos  hacia atrás para comprender el ahora, y mira al ahora para honrar el ayer. A través de imágenes que se superponen —las antiguas, cargadas de vida, y las actuales, plenas de silencio y persistencia— surge un diálogo entre dos tiempos que no compiten, sino que se abrazan. Cada fotografía es una ventana abierta: un espacio donde pasado y presente se reconocen en la misma luz, en la misma esquina, en la misma baldosa.

Los lugares, a su vez, han aprendido a guardar memoria. Las fachadas conservan gestos; los balcones retienen ecos; las plazas respiran vidas que ya no están, pero que tampoco se han ido del todo. Hay algo profundamente humano en la permanencia del espacio: en cómo las casas vigilan, en cómo las escaleras guardan las prisas, en cómo el aire parece recordar el olor de otro tiempo.

Calle Mesón Viejo



Porque Reflejos es, ante todo, un homenaje.
Un homenaje a las mujeres que se asomaban a los balcones para ver pasar las fiestas; a los niños que corrían con un triciclo por la Estafeta; a los hombres que compartían confidencias en los salones del Casino; a las familias que llenaban las casas del casco antiguo de olor a comida, de voces, de música, de vida. Es también un homenaje a quienes hoy siguen habitando estos lugares, manteniendo viva una forma de estar en el mundo que es ya parte del patrimonio emocional de Cehegín.

Plaza Vieja


Aquí, pasado y presente se miran sin estridencias, con una complicidad tranquila.
Las calles que un día fueron bulliciosas hoy guardan ecos que solo se revelan a quien sabe caminar despacio. Las fachadas, como rostros antiguos, conservan las arrugas del tiempo que les da belleza y verdad. Y las fotografías —las antiguas y las actuales— se convierten en un puente: uniendo generaciones, devolviendo dignidad a lo vivido, recordándonos que somos, también, herederos de quienes nos precedieron.

Aquí, en estas imágenes que se encuentran, Cehegín se mira en dos espejos: en el de lo que fue y en el de lo que es. Y en ese juego de luces, sombras y vidas, descubrimos que nada se ha perdido del todo; simplemente ha cambiado de forma, como cambia la luz al girar una esquina.

Plaza del Mesoncico


Reflejos, gentes y lugares es, así, una manera de agradecer. De reconocer que Cehegín es más que un lugar: es una memoria compartida. Un territorio donde cada piedra guarda una confidencia, donde cada esquina es un capítulo de la historia íntima del pueblo. Mirar estas imágenes, detenerse en ellas, comparar lo que fue y lo que es, es un acto de cariño hacia la identidad profunda de este rincón del mundo.

Cuesta Moreno


Por eso Reflejos es más que un proyecto fotográfico.

Es un acto de escucha hacia lo que permanece.

Es un homenaje silencioso a quienes hicieron del casco antiguo un hogar compartido y a quienes aún hoy lo mantienen vivo con su presencia, su cuidado y su identidad.

Que este proyecto sirva, entonces, como puerta abierta.

Como mapa emocional.

Como espejo donde se encuentren quienes fueron, quienes somos y quienes seremos.

Porque en Cehegín, cada persona y cada lugar son reflejos de una misma luz antigua que aún nos acompaña.

Que estas páginas inviten a mirar con más calma, a reconocer lo que aún late bajo cada piedra, a honrar a quienes caminaron antes y a quienes seguirán caminando después.

Porque Reflejos, gentes y lugares es, al fin y al cabo, una forma de decir:
“Aquí estuvimos, aquí estamos, y aquí seguimos siendo.”

miércoles, 26 de noviembre de 2025

 

Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cehegín: memoria, forma y espíritu de una imagen perdida

Hay imágenes que, aun desaparecidas, siguen viviendo en la memoria de un pueblo. La antigua imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular de la cofradía del mismo nombre en Cehegín, pertenece a esa estirpe de presencias que, aunque arrebatadas por la violencia de la historia, no han dejado de caminar —lentas, silenciosas, intensas— por las calles estrechas del casco antiguo. A través de las fotografías antiguas, de los inventarios conservados y de los testimonios de los mayores, podemos reconstruir no solo su forma, sino algo mucho más hondo: su carácter, su unción y su espíritu.



1. La imagen en su retablo: el Nazareno que velaba Cehegín

La primitiva talla de Jesús Nazareno estuvo históricamente vinculada a la iglesia de la Purísima Concepción, donde ocupaba un retablo lateral que actuaba como centro devocional de la Cofradía. En diversos Libros de Visitas Pastorales del siglo XVIII y XIX se alude a este retablo como “el altar donde recibe culto Jesús con la Cruz a cuestas”¹.

Era, por tanto, una presencia constante en la vida cotidiana: los fieles se acercaban a tocar la Cruz, a depositar limosnas, a encender velas por los enfermos; los niños crecían viendo ese semblante inclinado y aquel gesto de mansedumbre. La imagen, profundamente arraigada en la espiritualidad local, formaba parte de la identidad de Cehegín.

2. Descripción de la imagen: un Nazareno de devoción y lamento

La fotografía antigua conservada —reproducida arriba— revela un Nazareno de vestir, siguiendo la costumbre dieciochesca del sureste español. Sus rasgos permiten entrever varios elementos:

  • Cabeza inclinada hacia la derecha, marcada por un dolor sereno y profundamente humano.

  • Corona de espinas rígida, posiblemente tallada, que se hunde ligeramente en la frente, según se aprecia por la sombra marcada en la fotografía.

  • Cabello natural o imitación de pelo natural, muy largo, cayendo sobre los hombros en mechones espigados.

  • Manos expresivas, de dedos alargados, abrazando la Cruz con gesto firme pero no crispado.

  • Cruz de talla, ligeramente inclinada hacia adelante, probablemente de madera oscura sin excesiva ornamentación.

  • Túnica bordada en ricos motivos vegetales, claramente apreciables en la imagen: roleos, hojas carnosas, flores, siguiendo un patrón que recuerda a los bordados murcianos decimonónicos.

  • Talle estilizado, propio de las imágenes de vestir con cuerpo de candelero o armazón.

El conjunto transmite un equilibrio entre solemnidad, pathos y dulzura, rasgo que conecta con la estética de la imaginería murciana posterior a Salzillo.

3. Contexto estilístico: raíces murcianas y ecos peninsulares

Aunque la autoría exacta del Nazareno se ha perdido con el tiempo, su fisonomía encaja bien con la escuela murciana del siglo XVIII–XIX, caracterizada por la influencia de Francisco Salzillo, cuyos seguidores diseminaron modelos por las parroquias rurales del antiguo Reino de Murcia.

Elementos como:

  • la cabeza ladeada,

  • el gesto compasivo más que trágico,

  • la mirada baja,

  • la barba partida en dos mechones,

  • la presencia de túnicas ricamente bordadas,

encuentran paralelos en imágenes como:

  • el Nazareno de Murcia atribuido a Roque López,

  • el Nazareno de Cieza,

  • algunos modelos granadinos tardobarrocos vinculados al círculo de Mora y Risueño.

Todo ello sugiere que la imagen ceheginera pertenecía a una iconografía ampliamente difundida, pero reinterpretada en clave local, con una sensibilidad propia, quizá obra de un maestro o taller regional aún por identificar.

4. La devoción: una imagen que caminaba con su pueblo

La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno aparece documentada en inventarios parroquiales del siglo XIX y en anotaciones de procesiones de Viernes Santo, donde se mencionan pagos de música, cera, arreglos de túnicas y composturas de la Cruz².

La imagen formaba parte esencial de la llamada Procesión de los Pasos, saliendo desde la iglesia de la Concepción y recorriendo las calles del entorno en un ambiente de recogimiento. Los testimonios orales hablan de un Nazareno “que pesaba poco y con el que se andaba bien”, lo que sugiere un cuerpo de armazón ligero y fácil de portar.

5. La pérdida en 1936: ausencia, llaga y memoria

Durante los episodios iconoclastas del verano de 1936, el Nazareno fue destruido junto a otras imágenes de la Concepción y de la Magdalena. Las actas municipales y los relatos recogidos por cronistas locales confirman la pérdida total³.

La desaparición de esta imagen dejó una herida espiritual profunda: Cehegín se quedó sin el rostro que había encabezado durante más de un siglo la penitencia, las promesas, los silencios, las mandas y las lágrimas de sus cofrades.

Aquel Nazareno no era solo un objeto artístico: era un interlocutor. Y su ausencia se sintió como se siente la ausencia de alguien querido.

6. Lo que permanece: la imagen como legado

A pesar de su pérdida material, la imagen sigue siendo memoria viva en Cehegín. Su iconografía pervive en fotografías antiguas, en los retazos de túnicas conservadas, en los relatos transmitidos por las familias, y sobre todo en el corazón de quienes lo vieron procesionar.

Este Nazareno fue un puente entre generaciones. Su rostro inclinado, su túnica bordada y su Cruz abrazada con dignidad siguen inspirando la espiritualidad local y el espíritu penitencial de la Cofradía.

Como toda imagen que ha sido amada, continúa caminando por Cehegín aunque ya no pueda verse.

Notas

  1. Archivo Parroquial de Santa María Magdalena de Cehegín, archivo de la Diocesis, Libro de Visitas Pastorales, varias entradas entre 1760 y 1850 que describen los altares de la iglesia de la Concepción.

  2. Rebuscos de bienes de la Cofradía de Jesús Nazareno, (copias parciales conservadas en publicaciones, legajos, revistas semana santa y otros documentos como actas notariales, inventario de bienes de la Iglesia de la Purísima Concepción, etc...).

  3. Actas Municipales de Cehegín, sesión extraordinaria de agosto de 1936, donde se registran los daños en edificios religiosos.

Bibliografía básica consultada

  • Rubio Paredes, J.: La Imaginería Procesional en el Reino de Murcia. Murcia, 1987.

  • Molina Palazón, J.: Semana Santa en el Noroeste Murciano: Historia y Patrimonio. Caravaca, 2002.

  • López de los Mozos, F.: Inventarios Parroquiales Murcianos del Siglo XIX. Murcia, 1995.

  • García Sainz, A.: El Arte Devocional en la Región de Murcia (1700–1900). Murcia, 2010.


jueves, 20 de noviembre de 2025

 

**DOS LUCES DEL BARROCO EN CEHEGÍN:

LA VIRGEN DE LAS MARAVILLAS Y NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO**
(Una disertación histórica para el Año Jubilar)

I. Introducción: Tres siglos mirándose

Hay pueblos cuya identidad se forja en la piedra de sus calles, y otros que se tejen en la devoción íntima, en la costumbre transmitida de mano en mano. Cehegín pertenece, sin duda, a los segundos. Y entre todas sus devociones, dos figuras han marcado con especial hondura el corazón de la villa: la Virgen de las Maravillas, llegada en 1725 desde Nápoles como un regalo artístico y espiritual sin precedentes; y Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuya devoción se consolida en la primera mitad del siglo XVIII, cristalizando en cofradía en 1740 en la antigua ermita de la Concepción.

Ambas advocaciones nacen —o, mejor dicho, florecen— en el mismo tiempo histórico. Ambas irrumpen en un Cehegín que avanza hacia la plenitud del Barroco tardío. Ambas responden a un clima espiritual común: el gusto por la imagen cercana, el pathos emotivo, la catequesis viva de la escultura que mueve a compasión y transforma vidas. Y ambas, tres siglos después, vuelven a encontrarse, unidas por el Año Jubilar de la Virgen de las Maravillas, como si el tiempo cerrara un círculo que se abrió en aquella primera mitad del siglo XVIII.

Lo que este texto busca es contar esa historia compartida: una historia de arte, de pueblo y de fe, que une a dos imágenes que enseñaron —y siguen enseñando— a Cehegín el camino del consuelo y de la esperanza.



II. Un Cehegín barroco: contexto histórico y espiritual

El siglo XVIII abre en Cehegín un tiempo de renovación espiritual. La religiosidad barroca camina hacia su último esplendor: procesiones, rogativas, cofradías, conventos revitalizados, y un gusto creciente por la imagen devocional como vehículo directo hacia lo divino.

Las fuentes municipales y conventuales muestran un dinamismo religioso notable: presencia de los franciscanos del convento de San Esteban, creciente actividad parroquial en Santa María Magdalena, y el papel esencial de las ermitas extramuros como espacios de culto popular (Concepción, Soledad, Belenes, etc.)¹.

En ese ambiente se entienden mejor dos acontecimientos que, aunque independientes, se retroalimentaron mutuamente:

  1. La llegada de la Virgen de las Maravillas en 1725.

  2. La consolidación de la devoción y cofradía de Jesús Nazareno (1740).

Ambos hechos, aparentemente aislados, responden al mismo clima espiritual: sed de imágenes “vivas”, buscadas no solo por su valor artístico, sino por su capacidad de conmover y evangelizar.



III. 1725: La llegada de la Virgen de las Maravillas

Cuando Cehegín recibe en 1725 una escultura salida del círculo del gran maestro napolitano Nicola Fumo —o de su taller tardío—, recibe mucho más que una obra de arte. Recibe el icono que terminará por definir su identidad religiosa durante trescientos años.

La documentación disponible² permite rastrear su llegada al convento franciscano de San Esteban, donde la presencia de obras napolitanas no era aislada debido a las estrechas relaciones de la orden con Italia. La imagen, concebida como Mater Dolorosa, muestra características propias del barroco tardío napolitano: modelado blando, serenidad contenida, belleza idealizada y un hondo dramatismo interior.

Su devoción se extiende con rapidez. Ya en el primer inventario de 1731, realizado con motivo de la inauguración del camarín y altar mayor³, queda claro que la Virgen no era solo “una imagen bella”, sino una presencia viva, generadora de limosnas, exvotos y ofrendas —especialmente las célebres alhajas de los inventarios de 1755 y 1771⁴.

La Virgen de las Maravillas se convirtió, en pocas décadas, en el corazón espiritual del Cehegín del siglo XVIII.

IV. Paralelamente: El Nazareno que nace de la Concepción

Mientras la Virgen de las Maravillas comienza a irradiar devoción desde el convento, en la ermita de la Concepción —punto neurálgico del culto popular ceheginero desde el siglo XVI— se gesta otro movimiento espiritual.

La primitiva cofradía de la Purísima, documentada desde finales del siglo XVII, evoluciona hacia un culto más centrado en la Pasión de Cristo, como era frecuente en España tras las reformas postridentinas. De ella brota de manera natural la devoción a Jesús Nazareno, que va tomando cuerpo en los años 1730-1740.

La fundación de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno en 1740⁵ no es un hecho aislado: responde a una corriente regional que también vivía la Murcia barroca (con Salzillo como máximo exponente) y que daba lugar a hermandades penitenciales donde la figura del Nazareno representaba el sufrimiento redentor más cercano al pueblo.

La iconografía nazarena ceheginera, marcada por tradición local y ecos estilísticos del barroco murciano, se inserta en este clima donde el Cristo camino del Calvario se convierte en espejo de la humanidad doliente.



V. Dos advocaciones hermanas: coincidencias y sintonías

Aunque sus historias no se cruzaron físicamente en el siglo XVIII, sí lo hicieron espiritualmente.

  1. Ambas nacen en la misma década: 1725–1740.

  2. Ambas responden a un mismo sentir barroco: el dramatismo dulce, la emotividad, el gesto de ofrecer.

  3. Ambas arraigan en espacios devocionales claves:

    • La Virgen en el convento franciscano.

    • El Nazareno en la ermita de la Concepción.

  4. Ambas generan cofradías activas y caritativas, con economías propias, inventarios y presencia en la vida pública.

  5. Ambas se convierten en referentes del calendario litúrgico, una en septiembre; el otro, en la Semana Santa.

La Virgen educa en la compasión; el Nazareno, en la costumbre del “acompañar a Cristo” en su caminar. Juntas, forman un díptico teológico perfecto: una muestra el dolor de la Madre, y el otro el sacrificio del Hijo.

Una intuición histórica

No es arriesgado afirmar que los cehegineros del XVIII, sin ser plenamente conscientes, vivieron estas dos devociones como complementarias: la Madre de las Maravillas desde su camarín dorado, el Nazareno desde su humilde ermita en lo alto. Dos miradas que se buscan sin encontrarse físicamente, pero que el pueblo visitaba con igual fervor.

VI. Tres siglos después: el reencuentro

El 2025, Año Jubilar de la Virgen de las Maravillas, ha traído un acontecimiento teológico y emocional que pocas veces ocurre: la unión explícita de estas dos devociones nacidas en el mismo tiempo y en el mismo espíritu.

Lo que entonces fue simultáneo, hoy se vuelve común.

El pueblo que acompaña al Nazareno por las calles empinadas de Cehegín en Semana Santa es el mismo que asciende al convento para postrarse ante la Virgen Coronada. Y ambos llevan como fondo la memoria de un Barroco que se niega a morir porque sigue dando sentido a la vida de la gente.

En el Jubileo, la Madre y el Hijo se abrazan simbólicamente, no desde la iconografía —como en los Pietà o en los Nazarenos sostenidos por sus madres— sino desde la historia:
Las dos devociones que marcaron el siglo XVIII se encuentran en el XXI como pilares espirituales de Cehegín.

VII. Reflexión final: Una historia que no termina

Mirar la historia conjunta del Nazareno y la Virgen de las Maravillas es mirar la historia de Cehegín. El pueblo que hace tres siglos supo acoger estos dos iconos, hoy los vuelve a poner en el centro porque sigue necesitando sus miradas: la mirada serena y doliente de la Madre y la mirada sufriente pero firme del Hijo.

Las dos advocaciones nacieron en un tiempo de renovación espiritual. Hoy, trescientos años después, llaman a una nueva renovación.
Porque un pueblo que recuerda su fe es un pueblo que se reencuentra consigo mismo.
Y Cehegín, cuando mira al Nazareno y a la Virgen, se reconoce.

Notas

  1. Archivo Parroquial de Santa María Magdalena (APSM), Libros de fábrica, s. XVII–XVIII.

  2. Sobre la llegada y autoría napolitana: J. A. García López, Escultura napolitana en el Reino de Murcia, Murcia, 2004.

  3. Archivo del Convento de San Esteban (ACSE), Inventario de 1731, fol. 12r–15v.

  4. Inventarios conventuales de 1755 y 1771, transcritos en M. López Pérez, “Alhajas y exvotos de la Virgen de las Maravillas”, Anales Cehegineros, 1999.

  5. Constitución de la Cofradía de N. P. Jesús Nazareno, 1740. Archivo Diocesano.

  6. Obras son amores. Manuel Ruiz Jiménez. 2025.

Bibliografía básica

  • García López, Juan Antonio. La escultura devocional napolitana en el Sureste español. Murcia, 2007.

  • Martínez Robles, J. Cofradías y Hermandades del Noroeste murciano. Murcia, 2012.

  • Sánchez Pravia, R. El Barroco en Murcia y sus devociones. Murcia, 1998.

  • VV. AA. Catálogo del patrimonio escultórico de Cehegín. Ayuntamiento de Cehegín, 2015.

  • Archivo Parroquial de Santa María Magdalena y municipal, Libros de fábrica y hermandades.

  • Archivo del Convento de San Esteban, fondos siglo XVIII.

  • Manuel Ruiz Jiménez. Obras son amores. 2025.

lunes, 17 de noviembre de 2025

 

LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: El drama litúrgico de las llagas de Jesús Nazareno: entre la carne herida y la contemplación redentora (II)

El drama litúrgico de las llagas de Jesús Nazareno es una representación devocional profundamente simbólica y emocional, que condensa en la imagen del cuerpo doliente de Cristo una teología del sufrimiento, del amor redentor y de la esperanza escatológica. Más que una mera dramatización, se trata de una experiencia religiosa en la que el cuerpo herido del Nazareno se convierte en el texto vivo de la salvación. En sus cinco llagas —manos, pies y costado— se inscribe no solo el relato de la Pasión, sino la pedagogía mística del amor divino llevado hasta el extremo.




Una liturgia del dolor ofrecido

Este drama, que puede representarse tanto en sermones meditados como en procesiones y altares efímeros, nace del deseo de encarnar el misterio pascual en formas accesibles y profundamente conmovedoras. Las llagas, que en los evangelios aparecen como señales de autenticidad en el cuerpo glorioso de Cristo resucitado (cf. Jn 20,27), son aquí signos abiertos, sangrantes, de una humanidad lacerada por el pecado pero abrazada por la misericordia. El cuerpo del Nazareno, cubierto de heridas, se convierte en altar, libro y espejo: altar donde se ofrece el sacrificio, libro que narra el amor divino, espejo en el que el creyente ve reflejada su propia necesidad de redención.

Un drama encarnado en la imagen

En la imaginería barroca hispánica, este drama se hizo carne, literalmente, en esculturas como las de Jesús Nazareno, en las que el realismo de las llagas —ejecutadas con una crudeza a veces insoportable— no busca tanto la morbosidad como el estremecimiento espiritual. La sangre, las heridas, los ojos enrojecidos, las gotas que resbalan por la frente, no son decorado sino teología visible. En algunas tradiciones, el número y disposición de las llagas adquirieron incluso una función catequética: cinco, siete o más, evocando no solo los dolores físicos sino también los morales y espirituales, como la traición, la soledad o el abandono.

Un camino hacia la compasión

El drama de las llagas no se queda en la contemplación pasiva. El objetivo es provocar una respuesta: compasión, conversión, seguimiento. “Mira mis llagas”, dice el Cristo Nazareno al alma orante, como en tantos ejercicios espirituales o sermones cuaresmales. Esa mirada es el primer paso hacia una espiritualidad de la empatía. Quien contempla las llagas de Cristo desde el corazón, aprende a mirar también las llagas del mundo —los pobres, los excluidos, los enfermos— con los mismos ojos de compasión.

Una herencia viva

Aun hoy, en muchas comunidades, el drama litúrgico de las llagas se reactualiza durante la Semana Santa en formas diversas: desde la meditación del Vía Crucis hasta la procesión del Nazareno que avanza entre cirios y saetas, pasando por oraciones tradicionales como las Cinco Llagas o los Gozos del Nazareno. En cada una de estas formas, late el mismo deseo ancestral: tocar lo invisible a través de lo visible, atravesar el dolor para alcanzar la esperanza. Las llagas no son el final del relato, sino el umbral de la gloria.

sábado, 8 de noviembre de 2025

 

LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: MEMORIA, DOLOR Y REDENCIÓN EN CEHEGÍN (I)

I. Un eco antiguo en el corazón del pueblo

En el silencio de las tardes de Cuaresma, cuando el aire del casco antiguo de Cehegín se impregna del incienso y del repique de campanas, resuena todavía la oración de las Cinco Llagas: esa plegaria antigua que el pueblo ha repetido generación tras generación, entre la penumbra de la ermita de la Purísima Concepción y los callejones que la rodean. No es solo una práctica piadosa: es un hilo invisible que une los siglos, una voz heredada que todavía late en los labios de los cehegineros cuando pronuncian: “Jesús mío crucificado, adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestro pie izquierdo…”






El Ejercicio de las Cinco Llagas tiene sus raíces en la espiritualidad franciscana del siglo XVII, nacida de una sensibilidad profunda hacia la Pasión de Cristo. En aquellos siglos barrocos, de fe ardiente y de teatralidad sagrada, las llagas del Redentor se contemplaban no solo como heridas del cuerpo, sino como ventanas del alma divina: cada una de ellas hablaba del amor redentor, del sacrificio perfecto, de la ternura infinita de Dios hecho hombre.

II. Cehegín, tierra de devoción nazarena

En Cehegín, esa tradición encontró su morada natural. El corazón del pueblo, empedrado y antiguo, con sus casas de piedra y balcones de forja, fue escenario de una religiosidad viva, de una piedad que no se lee en los libros, sino que se vive.
En la ermita de la Purísima Concepción, en lo alto del barrio viejo, nació y creció la devoción a Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Cristo morado que camina entre sus hijos cada Viernes Santo, portando en su mirada la misericordia y la compasión. Allí, bajo las bóvedas humildes y las luces temblorosas de los cirios, los Moraos —como se conoce a sus cofrades— aprendieron a rezar, a cantar y a llorar ante el Señor de las caídas.

Es allí donde el Ejercicio de las Cinco Llagas cobra su más profundo sentido. No se trata solo de recordar el sufrimiento físico del Crucificado, sino de acompañarlo espiritualmente, paso a paso, en cada llaga, en cada herida. Los cofrades lo hacen con recogimiento, sintiendo que el Cristo de la Concepción —ese rostro sereno, de nobleza barroca y mirada humana— revive en sus corazones el misterio del amor que se entrega hasta la sangre.

III. La oración que camina por las calles empedradas

Cada llaga es una estación interior:

  • El pie izquierdo, que nos enseña a huir del mal.

  • El pie derecho, que nos invita a seguir la senda de las virtudes.

  • La mano izquierda, que nos libra del error y de la condena.

  • La mano derecha, que bendice y guía hacia el Reino.

  • El costado, puerta abierta del cielo, donde se refugia el alma creyente.

Al rezarlas, los cehegineros recorren espiritualmente un vía crucis íntimo, una peregrinación que tiene tanto de oración como de identidad. Porque cada palabra, cada canto de las Llagas —tan sencilla y tan cargada de emoción popular— es también una memoria compartida: los ecos de las voces de los antiguos cofrades, los rezos de las abuelas en los bancos de madera, el murmullo de los niños que aprenden los cantos en la víspera del Viernes Santo.



El pueblo se reconoce en esas palabras, igual que se reconoce en los azulejos antiguos, en el sonido de las campanas o en el paso solemne del Nazareno al amanecer. Es una liturgia del alma ceheginera, que no solo reza, sino que se convierte en parte del rezo.

IV. Los Moraos: custodios del dolor redentor

La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “los Moraos”, ha sido durante siglos guardiana de esta tradición. Su misión no es únicamente organizar la procesión ni custodiar la imagen; es mantener viva la llama espiritual que arde en las Cinco Llagas.
En sus reuniones, en sus ensayos, en los preparativos de la Semana Santa, late un mismo espíritu: el de aquellos que no solo veneran una imagen, sino que viven su mensaje. El color morado de su túnica no es solo un símbolo de penitencia: es la expresión visible de un compromiso interior, de una fe que se hace camino, herida y esperanza.

La ermita de la Purísima Concepción, su sede, es un santuario del alma nazarena ceheginera. Entre sus muros, cubiertos de historia, resuenan los ecos de oraciones antiguas, de Misereres cantados al filo de la madrugada, de promesas hechas entre lágrimas. Allí, bajo la mirada de Jesús Nazareno, las Cinco Llagas se convierten en puentes entre la tierra y el cielo, entre la historia y la fe, entre la herida humana y la misericordia divina.

V. Una devoción que trasciende el tiempo

Hoy, cuando los ritmos del mundo parecen alejar al hombre del misterio, la devoción a las Llagas sigue viva en Cehegín como un testimonio silencioso de lo eterno.

Cada palabra del “Jesús mío crucificado…” es un suspiro que atraviesa los siglos, una plegaria que no se ha apagado ni con las mudanzas del tiempo ni con las modas pasajeras. Es el mismo latido de los que, hace siglos, levantaron la imagen del Nazareno, la misma fe que empuja a los Moraos a salir cada año, entre el olor a cera y el rumor de los pasos, a llevar por las calles estrechas de su pueblo la imagen viva del Redentor llagado.

Las Cinco Llagas de Nuestro Padre Jesús Nazareno no son, pues, una simple devoción antigua, sino un acto de amor perpetuo. Son el espejo donde Cehegín se contempla y reconoce: un pueblo herido y creyente, que encuentra en las heridas de su Señor el consuelo y la esperanza.

viernes, 31 de octubre de 2025

 

Obras son amores…

La bandeja y la corona de la Virgen de las Maravillas**

“Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.”
(Evangelio según San Mateo 6, 21)

Hay objetos que no se comprenden solo por lo que son, sino por lo que significan.

La bandeja de plata y la corona imperial de la Virgen de las Maravillas pertenecen a esa estirpe de cosas que sobrepasan su propia materia: relucen, sí, pero su resplandor no es solo de metal. En ellas, el tiempo ha depositado su temblor y la fe de un pueblo ha dejado su huella indeleble.

Cuando en 1925, en aquel radiante 10 de septiembre, la imagen fue coronada solemnemente, la corona reposó sobre esa bandeja como un sol que espera el amanecer. Las manos que la sostuvieron —probablemente sacerdotes y devotos del pueblo— no eran conscientes de estar tocando una historia que seguiría viva un siglo después. Cada relieve, cada filigrana cincelada por el platero B. López, parecía contener una plegaria callada: la fe hecha forma, el amor convertido en obra.

El lema que hoy recorre tus estudios, “Obras son amores…”, podría haber estado grabado en el reverso de aquella bandeja. Porque nada define mejor su sentido: el arte sacro no es vanidad, ni adorno, ni lujo; es amor traducido en metal. Es la ternura que se ofrece a Dios a través de la belleza.
La bandeja no sirve solo para portar la corona, sino para sostener un acto de entrega, para elevar lo humano a lo divino, como si el metal quisiera devolver a los cielos el brillo que de ellos recibió.

Cien años después, cuando la corona volvió a descansar sobre esa misma bandeja durante la conmemoración de la Coronación Pontificia, Cehegín revivió un gesto antiguo: el del amor que no se gasta, el del pueblo que recuerda y honra su propia historia a través de las obras que creó para su Virgen. En ese instante, el tiempo se plegó sobre sí mismo: la bandeja ya no era un objeto, sino un espejo donde el ayer y el hoy se reflejaban mutuamente.

Cada golpe de cincel, cada curva del metal, cada reflejo sobre su superficie es un acto de fe, un “te quiero” convertido en oficio, un “gracias” de plata. El platero que la labró —B. López— probablemente no supo que su trabajo sería tocado por generaciones, que su arte se haría oración en cada procesión y que, un siglo más tarde, volvería a servir a la misma Reina. Pero eso es precisamente lo que hacen las obras que nacen del amor: perduran, sin saberlo, más allá de quienes las hicieron.

La corona, por su parte, no es solo una joya: es una metáfora del alma del pueblo. Los rayos, las estrellas, las flores que la decoran son los nombres de quienes ofrecieron su oro, su trabajo, sus oraciones. Cada piedra encierra una historia, cada destello una promesa. Y cuando se posa sobre las sienes de la Virgen, no solo la honra a Ella, sino que restituye la dignidad del amor colectivo que la engendró.

Ambas piezas —bandeja y corona— se buscan, se completan, se necesitan. La una sostiene, la otra consagra. La una recibe, la otra entrega. En su unión se cumple la enseñanza del lema: Obras son amores…
No hay devoción verdadera sin gesto; no hay amor sin obra que lo exprese.

Así, la bandeja de la Coronación se convierte en un altar pequeño y portátil, donde se condensa la historia de una comunidad. Y la corona, en la respuesta luminosa que el cielo devuelve al pueblo agradecido. Juntas forman un diálogo de metales sagrados, una liturgia silenciosa que atraviesa el tiempo.

Hoy, cuando el reflejo de esa plata antigua vuelve a proyectarse sobre las bóvedas de Santa María Magdalena, Cehegín puede reconocerse en él. Porque cada época deja su huella en la materia que ama. Y esa materia —la plata, el oro, el arte— se vuelve memoria viva de lo que fuimos, de lo que seguimos siendo: un pueblo que cree, que ama y que transforma su fe en belleza.

Obras son amores, decían los antiguos. Y esta obra —la bandeja, la corona, la devoción— lo es todo:
un amor que se hizo metal, un metal que se hizo historia,
y una historia que, en su brillo sereno, sigue hablando de amor.

Notas finales y referencias

¹ Evangelio según San Mateo, 6, 21.
² Archivo Parroquial de Santa María Magdalena de Cehegín, .
³ Expediente de la Coronación Pontificia de la Virgen de las Maravillas, Archivo Diocesano de Cartagena-Murcia.
⁴ Catálogo de orfebrería religiosa española (1900–1930), Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas, 1998.
⁵ Testimonios de la Coronación Pontificia publicados en El Liberal (Murcia), septiembre de 1925.
⁶ López, B. — Catálogo de obras de platería religiosa, taller B. López (Barcelona, ca. 1920–1935). Archivo digital de subastas Lamas Bolaño, 2023.
⁷ Ruiz Jiménez, M. — Plata y memoria: la bandeja de la Coronación Pontificia de la Virgen de las Maravillas (Cehegín, 1925), estudio inédito, 2025.

A la Parroquia de Santa María Magdalena de Cehegín y a cuantos, con fe y memoria, conservan el resplandor de su Virgen coronada.




domingo, 19 de octubre de 2025

 

LAS LLAGAS DE JESÚS NAZARENO: ORIGEN Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE UNA DEVOCIÓN






Disertación inaugural para la serie sobre la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cehegín

I. Introducción

En el corazón espiritual de Cehegín, donde la fe se enraíza en piedra y tradición, la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno —venerada en la iglesia de la Purísima Concepción— guarda en su cuerpo las marcas del misterio más hondo del cristianismo: las Llagas del Redentor.
Estas heridas, esculpidas en madera y devoción, condensan siglos de teología, mística, arte y piedad popular. Su contemplación abre un cauce que une la Jerusalén del Gólgota con los templos barrocos del sur de España, y con el corazón humilde de quienes, generación tras generación, han visto en el Nazareno de Cehegín el rostro sufriente del Amor.

Esta disertación, que abre la serie de estudios sobre la historia de su Cofradía, pretende ofrecer una visión amplia y multidisciplinar sobre el origen y la evolución del culto a las Llagas de Cristo, y su encarnación particular en la devoción ceheginera al Nazareno.

II. Fundamento bíblico y teológico: las llagas como signo redentor

El fundamento de esta devoción hunde sus raíces en la Sagrada Escritura. Los Evangelios narran la crucifixión de Cristo: sus manos y pies traspasados, y su costado herido por la lanza (Jn 19,34). Pero el episodio clave llega con la aparición a Tomás: “Mete aquí tu dedo y mira mis manos… y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27).

Cristo resucitado conserva sus llagas, no como signo de derrota, sino como huellas gloriosas del amor redentor. En ellas el creyente reconoce la identidad misma del Salvador.

Los Padres de la Iglesia interpretaron las heridas como cumplimiento de las profecías de Isaías: “Por sus llagas hemos sido curados” (Is 53,5). San Ireneo y San Agustín subrayan su valor salvífico: las llagas son los “canales de la gracia”, las puertas por donde el amor de Dios entra en el mundo111.
Desde entonces, la teología cristiana contemplará en las heridas de Cristo una paradoja: el dolor que salva, la sangre que purifica, la carne rota que redime.

III. La mística medieval: interiorización de las Cinco Llagas

En la Edad Media (siglos XI–XIV) surge una nueva forma de espiritualidad más afectiva y personal, conocida como devotio medievalis. Las Llagas de Cristo se transforman en objeto de contemplación interior, de meditación amorosa y participación espiritual en el sufrimiento del Redentor.

El gran impulsor de esta sensibilidad es San Francisco de Asís, quien en 1224 recibe los estigmas en el monte de La Verna. Su cuerpo, marcado por las mismas heridas que Cristo, simboliza la unión mística entre el creyente y el Crucificado. A partir de él se difunde el culto a las Cinco Llagas: manos, pies y costado.

En paralelo, místicas como Santa Gertrudis la Magna y Santa Brígida de Suecia profundizan en la meditación de cada llaga, atribuyéndoles virtudes espirituales específicas. Las revelaciones privadas multiplican el número simbólico de las heridas —a veces cinco, a veces miles—, pero todas convergen en un mismo fin: interiorizar el amor sufriente de Cristo como fuente de conversión222.

IV. El Barroco: exaltación visual y emocional

El siglo XVII —siglo de la espiritualidad y del arte contrarreformista— fue la gran época de expansión del culto a las Llagas. Tras el Concilio de Trento (1545–1563), la Iglesia Católica alentó la devoción a la humanidad doliente de Cristo como camino de identificación con su Pasión.

En este contexto nace el esplendor del arte procesional y la imaginería penitencial. Los escultores barrocos, de Gregorio Fernández a Pedro de Mena, de Juan de Mesa a Nicola Fumo, dieron forma plástica a la teología del sufrimiento redentor.
Sus Cristos, Nazarenos y Ecce Homos mostraron con sobrecogedora veracidad la sangre, las lágrimas y las llagas del Hijo de Dios, convirtiendo el dolor en catequesis visual del amor333.

Fue también el tiempo en que se popularizaron los devocionarios, letanías y rosarios de las Cinco Llagas, así como las cofradías dedicadas a Jesús Nazareno. En la liturgia y en la religiosidad popular, cada herida se convirtió en símbolo de una virtud: la paciencia, la obediencia, la misericordia, la fidelidad y el amor.

V. El Nazareno de Cehegín: una presencia barroca viva

En este horizonte teológico y artístico debe situarse la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cehegín, venerada desde antiguo en la iglesia de la Purísima Concepción.
Su anatomía, su gesto contenido y su semblante sereno pero lacerado responden al canon de la imaginería barroca española: el Cristo sufriente que camina hacia el Calvario, portando en sí las llagas del mundo.

Desde lo alto del casco antiguo, el Nazareno de la Concepción domina el paisaje espiritual de Cehegín. Sus llagas —las manos que bendicen, los pies que avanzan, el hombro herido por la cruz, el costado oculto— no son solo signos escultóricos, sino símbolos vivos de la fe del pueblo.
Durante siglos, sus cofrades y devotos han depositado en ellas oraciones, promesas y lágrimas, perpetuando una tradición que une arte y mística, barroco y esperanza, Cehegín y Jerusalén.

VI. Época moderna y contemporánea: de la compasión a la esperanza

Con el paso del tiempo, la interpretación de las llagas se transformó. A partir del siglo XIX, el acento pasó del dolor a la solidaridad compasiva.

Los teólogos contemporáneos, como Karl Rahner o Hans Urs von Balthasar, reinterpretaron las heridas del Resucitado como huellas eternas del Amor, signos visibles del Dios que no olvida el sufrimiento humano444.

En la devoción popular, esta sensibilidad se mantuvo viva: las procesiones, promesas y novenas al Nazareno llagado siguieron siendo cauces de fe.

Cada Semana Santa, cuando la imagen ceheginera desciende de la Concepción hacia el corazón del pueblo, las calles se transforman en una prolongación de aquel camino al Gólgota, donde las llagas se vuelven memoria del Amor que redime y acompaña.

VII. Conclusión: las llagas como presencia viva

Hoy, las llagas de Jesús Nazareno siguen interpelando a la humanidad.
En el altar, en la procesión, en el silencio de la oración, ellas son la geografía del amor de Dios.
Las manos y pies traspasados, el costado abierto, son heridas que ya no sangran, sino que irradian misericordia.
Desde lo alto del casco viejo, el Nazareno de Cehegín continúa bendiciendo con sus llagas a su pueblo, recordándole que el dolor, cuando se ofrece, se convierte en salvación y en ternura.

Así lo resume el Papa Francisco:

“Las llagas de Cristo están hoy en los que sufren. Si queremos encontrar a Dios, busquémoslo allí: en sus llagas actuales.”

El estudio de esta devoción, en su historia, arte y espiritualidad, abre el camino para comprender mejor la identidad profunda de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cehegín: una hermandad que no solo custodia una imagen, sino un legado teológico y humano que une los siglos y las almas.

Notas

111 San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 85, 1–2.
222 Santa Brígida de Suecia, Revelationes, Lib. VII; Santa Gertrudis, Legatus divinae pietatis.
333 Gállego, J. (1990). La imagen barroca. Madrid: Alianza Editorial.
444 Rahner, K. (1978). Teología de las heridas del Resucitado. Barcelona: Herder.

Bibliografía

  • Biblia de Jerusalén (2009). Desclée de Brouwer.

  • Bozal, V. (1999). El arte del Barroco. Istmo.

  • Gállego, J. (1990). La imagen barroca. Alianza Editorial.

  • Imbrogno, M. J. (2013). La Pasión en el teatro y la liturgia medievales. UCM.

  • Méndez, F. (1987). San Bernardo: Sermones sobre el Cantar. BAC.

  • Miura, J. M. (2005). Religiosidad popular y cultura barroca en la España Moderna. Universidad de Sevilla.

  • Rahner, K. (1978). Teología de las heridas del Resucitado. Herder.

  • Santa Brígida de Suecia. Revelaciones. Ediciones Paulinas.

  • San Buenaventura. (2003). Meditación sobre la Pasión. Ciudad Nueva.



Cehegín, en la altura donde el Nazareno guarda las llagas del mundo.