martes, 2 de septiembre de 2025

 

Reflejos. 

GENTES Y LUGARES

De lo que fue Cehegín, en el ahora...


En la Estafeta, ayer las risas de unos niños y un triciclo llenaban la calle; hoy, el silencio y un perro custodian la memoria. Cambian los protagonistas, pero la piedra y la torre al fondo siguen contando la misma historia de Cehegín.

La Calle Estafeta de Cehegín, estrecha, sinuosa y aún hoy impregnada de ese aire entre doméstico y noble que caracteriza al casco antiguo, es mucho más que una vía de tránsito. Es un pequeño escenario donde lo cotidiano se transforma en memoria, donde lo sencillo cobra un valor patrimonial. Imaginar a unos niños jugando con un triciclo sobre su empedrado no es un ejercicio de nostalgia gratuita, sino un recordatorio vivo de cómo la vida sigue latiendo entre muros centenarios. El eco de sus risas resuena como antiguamente lo hicieron los pregones, las conversaciones a media tarde o el rumor de las ruedas de los carros que ascendían lentamente por sus cuestas.

La Calle Estafeta, en el corazón del casco antiguo de Cehegín, se convierte en un espejo cuando la contemplamos a través de la fotografía que la muestra en dos tiempos: el pasado y el presente. A la izquierda, la imagen en blanco y negro nos descubre un grupo de niños, risueños, empujando un triciclo improvisado en un juego colectivo que habla de comunidad, de infancia compartida y de calles habitadas. A la derecha, la misma calle, ya en color, luce silenciosa: un perro se sienta en mitad del empedrado, la soledad se hace visible, y sin embargo, la piedra y la arquitectura permanecen casi idénticas, sosteniendo la continuidad del lugar.

Los balcones de la Estafeta, adornados con persianas que protegen del sol y macetas rebosantes de flores, prolongan hacia fuera la vida íntima de las casas. Son un puente entre el espacio privado y el espacio público, y en ellos se condensa la tradición mediterránea de habitar la calle: conversar con el vecino desde lo alto, dejar que el jazmín y el geranio acompañen el caminar de los transeúntes, dotar de color y frescura a las fachadas que han visto pasar siglos. El balcón, como extensión de la casa, es también símbolo de la relación de las familias con la comunidad, un gesto de apertura que equilibra la clausura de los muros de piedra.

Históricamente, la Calle Estafeta fue testigo de un Cehegín donde las rutas se entrelazaban. Su nombre evoca ya la función de paso, de comunicación, de mensajería y encuentro. Durante siglos, por estas calles se transmitieron noticias, se intercambiaron mercancías y se tejieron relaciones humanas. Hoy, aunque la velocidad del mundo moderno tiende a borrar lo que parece secundario, la Estafeta sigue invitando a caminar despacio, a detenerse en un detalle de forja, en el sonido de una puerta de madera que se abre, en la sombra proyectada de una reja.

En el marco del proyecto “Reflejos. De lo que fue Cehegín, el ahora”, la Estafeta representa una síntesis perfecta: el ayer que no se resigna a ser únicamente pasado y el presente que dialoga con él. La imagen de unos niños jugando con un triciclo en esta calle del casco antiguo es la encarnación misma de esa continuidad: la infancia, que siempre ha dado vida a los barrios, se superpone al poso histórico de la piedra, de la arquitectura y del tiempo. En la primera escena, la vida infantil desborda la calle: los juegos eran parte de la cotidianeidad del barrio, las risas resonaban en las esquinas y las calles eran extensión del hogar. Allí donde antes corrían otros niños con aros, pelotas de trapo o muñecos de madera, hoy a veces se desliza un triciclo; cambia el objeto, pero la esencia de la risa, del juego, de la inocencia permanece. Hoy, en cambio, la calma reina, y el perro ocupa ese lugar que antes fue territorio de niños. La vida se ha transformado, pero no ha desaparecido: ha mutado en otra forma de habitar.

Desde una mirada didáctica, la Calle Estafeta enseña la importancia de conservar no solo los edificios, sino también los usos, las costumbres y las formas de habitar. El patrimonio material e inmaterial no se entiende por separado: las casas necesitan voces, los balcones precisan flores, y las calles cobran sentido cuando los pasos las recorren. Por eso, la Estafeta es un ejemplo de cómo el patrimonio urbano puede ser un aula abierta, una lección constante para los más jóvenes, una oportunidad de educar en el respeto al pasado y en la responsabilidad de mantenerlo vivo.

En su aparente quietud, la Estafeta nos recuerda que los pueblos no son museos inmóviles, sino organismos vivos. Los balcones con macetas, las persianas entreabiertas y el triciclo de los niños son los testigos contemporáneos de la misma vitalidad que un día animó a nuestros antepasados. El proyecto Reflejos invita precisamente a reconocer estos hilos de continuidad: a mirar el ahora no como ruptura, sino como prolongación de lo que fue, a entender que cada flor en un balcón y cada risa infantil en el empedrado son piezas que ensamblan un mosaico mayor: el de Cehegín como espacio de historia compartida y de futuro por construir.

Manuel Ruiz Jiménez







No hay comentarios:

Publicar un comentario